Sur de la Florida — 15 de septiembre de 2025 — (NOTICIAS NEWSWIRE) — Me sentí profundamente impactada y dolida al enterarme del asesinato de Charlie Kirk. Debo ser honesta: nunca fui gran admiradora de su retórica. Como hija de inmigrantes y mujer hispana, muchas veces sentí que él era demasiado ultraconservador para mí. Pero eso nunca disminuyó mi convicción de que él tenía todo el derecho de expresar sus ideas. Ese derecho, consagrado en nuestra Constitución, es sagrado para cada estadounidense.
Charlie Kirk tenía solo 31 años, con toda una vida por delante. Era una estrella que brillaba intensamente y cuya voz, estuvieras de acuerdo con ella o no, tenía un impacto. Esa estrella fue apagada mucho antes de tiempo, y es desgarrador—desgarrador para su familia, para su esposa e hijos, para sus seres queridos, sus amigos y para todos los que lo admiraban.
Somos una nación construida “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, y esa estructura depende de respetar la libertad de expresión, incluso cuando lo que se dice nos incomoda o cuando discrepamos profundamente. Hombres y mujeres valientes han luchado y han dado sus vidas para proteger esas libertades, para que podamos debatir, disentir y aún así convivir en paz.
Lo que más me enferma es que alguien haya creído tener el derecho de quitar una vida para silenciar una voz. El mandamiento “no matarás” es una de las leyes morales más antiguas. No es condicional—no dice “a menos que no estés de acuerdo.” Dice que nadie tiene derecho a quitarle la vida a otro. Asesinar a un hombre frente a su esposa e hijos, y luego ver a otros aplaudiendo en respuesta, es absolutamente repugnante. No es lo que somos como estadounidenses, y no es lo que representa nuestro país.
En un tiempo en que la división y la intolerancia parecen crecer cada día, el asesinato de Charlie Kirk no debe ser malinterpretado ni minimizado. Esto no fue política. Esto no fue debate. Fue un acto de brutalidad y violencia pura, y eso es algo que no podemos ni debemos tolerar.
Su muerte es una tragedia—no solo para su familia, sino también para nuestro país. Si algo nos debe recordar, es que el desacuerdo no nos convierte en enemigos. La violencia no es la respuesta. Nuestra Constitución, nuestra historia y nuestra humanidad compartida nos exigen algo mejor.
Sobre la autora
Maribel A. Pizá es una abogada de inmigración dedicada a defender políticas que promuevan la justicia y la equidad. Está disponible para entrevistas y comentarios al (954) 367-6492 o por correo electrónico a maribel@maribelpizafl.com.
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